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Archive for the ‘Relatos’ Category

La Harley de Gompine

Nacho Martínez

Nacho Martínez

 

La Harley de Gompine

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Relato

 

Éramos niños y cualquier vehículo a motor que circulara por las calles de nuestra villa nos producía una gran fascinación. Entre las motocicletas de Aguilar de Campoo había una especialmente llamativa: la Harley-Davidson de Gompine.

¿Quién era este personaje tan popular?

Harley-Davidson

Harley-Davidson

En la calle Matías Barrio y Mier, hace ya mucho tiempo, había un taller mecánico cuyos socios se apellidaban González, uno y Piney el otro. Puesto que ambos formaban una pequeña sociedad industrial, la sabiduría popular asoció también sus apellidos formando el sobrenombre Gompine, que atribuyó al segundo de los socios.

Uno de los más atrayentes espectáculos que los chavales de entonces podíamos disfrutar era el de ver circular por las calles de Aguilar una Harley-Davidson, negro-azabache, reluciente como unos zapatos de charol.¿He dicho «ver»…? «Contemplar» sería mejor decir, ya que no otra cosa hacíamos.

Aquella Harley de Gompine, vestido de azul-mecánico, casco negro y grandes gafas de motorista, era, además de una gran motocicleta, un potente trío orquestal de rítmicos sonidos de motor, bocina y tubo de escape expulsando los gases a borbotones.

Gincana- Fiestas de San Juan

Gincana- Fiestas de San Juan

Gompine solía hacer con frecuencia el recorrido que iba desde su taller hasta la tienda de Asperino, junto a la fuente de igual nombre, atravesando la plaza ante la admiración de cuantos por allí andábamos. Si teníamos suerte, incluso podíamos verlo circunvalar la elíptica que conformaban los Jardinillos.

Quien esto escribe tuvo, además, la fortuna de ver de cerca al mecánico-motero y su Harley cuando aparcaba junto a la

ferretería, adonde acudía a comprar una llave inglesa o un martillo de bola o algunos tornillos… para su taller. En aquellos momentos hubiese sido feliz con tan solo sacarle el brillo al negro-azabache de la moto mientras su dueño se aprovisionaba en la ferretería. Pero desaproveché las múltiples ocasiones que el tiempo generosamente me había brindado antes de que Gompine, para gran desconsuelo nuestro, se fuera de Aguilar.

Tienda de Asperino

Tienda de Asperino

Alemania ganó un extraordinario mecánico y España lo perdió. ¿Y Aguilar?… Nuestra villa se vio privada tanto de nuestro héroe como de su prodigiosa Harley, que

lamentablemente no volvimos a ver rodar por sus calles.

Sin embargo, al salir Agustín Piney Martínez por la Puerta de Reinosa rumbo a Alemania, entre las murallas de la villa nos dejó un bello recuerdo que aún subsiste en nuestra memoria. El de un hombre cabal y experto mecánico, vestido de azul con grandes gafas de motorista, rodando por las calles de nuestra villa con su poderosa Harley-Davidson, color negro-azabache y sonoros sonidos de motor  y  tubo de escape a ritmo de jazz.

Casi centenario y con buena salud, reside hoy en Torrelavega.

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Nacho Martínez

Nacho Martínez

Los camiones de FONTANEDA

Una idea de colores

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Infatigable trabajador, Eugenio Fontaneda paseaba, pensativo, un día de primavera, por los verdes trigales de la vega de Villallano, Castillo de Aguilar bajo el arco iris bellamente ornamentados con rojas amapolas. Las espigas, verdes, bien granadas, se mecían ondulantes al viento, como las olas del mar. Aquella quietud le proporcionaba al empresario gran serenidad de espíritu.

Pronto, tras la cosecha de aquellos campos, pacientemente dorados al sol del estío, obtendría los frutos deseados. Pocas cosas le reportaban a Eugenio tanta satisfacción como acariciar entre sus dedos los granos de trigo de sus fincas, como si fueran centelleantes pepitas de oro.

Aquellos granos que tanto subyugaban al empresario constituían la base fundamental de su industria galletera. Una vez molidos y obtenida la harina en la “Fábrica de San Antonio”, se elaboraba la masa con la que se fabricaba sus delicias. Redondas, doradas, olorosas, crujientes galletas María. ¡MARÍA, sublime nombre para una galleta!

Camión Galletas FontanedaMientras Eugenio caminaba el cielo se cubrió repentinamente de nubes, grises, negras por momentos. Los rayos rasgaron la atmósfera y los truenos, aterradores, acallaron la suave música de la brisa en la tarde. Comenzó entonces a llover a cántaros, pero enseguida escampó y las nubes se disiparon. El cielo recobró la calma y el azul, adornándose con una bellísima diadema de siete colores: rojo, naranja, amarillo, verde, azul, añil y violeta. Pero no siendo suficiente adorno para la celestial dama, se engalanó con una segunda diadema de iguales colores en un caprichoso orden inverso.

Al contemplar la asombrosa belleza de aquel idílico paisaje Eugenio quedó fuertemente impresionado y en su mente comenzaron a bullir las ideas. Nuevas, geniales, fascinantes ideas para su empresa. Ideas centelleantes como pepitas de oro.

Manos primorosas, sabores, aromas y colores era lo que necesitaba para la promoción de sus productos.

Delicadas manos femeninas trabajaban con esmero y primor en su fábrica; sus galletas poseían los más diversos y ricos sabores; los aromas, de embriagadoraGalletas FONTANEDA fragancia, se expandían por la atmósfera de la villa. Pero había algo que aún no había logrado. ¿Qué era ese «algo» que buscaba con denuedo?…

Después de caminar un buen trecho entre los verdes trigales de la vega, se paró, miró al cielo y exclamó exaltado a los cuatro vientos: ¡Camiones!… ¡Camiones de colores!… Esa era la idea que buscaba y que por fin alumbró en su mente inquieta.

Decidió entonces crear una nueva flota de camiones con los colores de la luz. Vehículos de imponente presencia, orgullosos estandartes de nuestra leal villa y de sus productos-insignia: las galletas.

A medida que iba cobrando realidad rodada su luminosa idea, al grito de «¡Fontaneda tiene un nuevo camión!» los chavales de la villa nos congregábamos a la puerta del almacén de la fábrica, en la calle Modesto Lafuente, para ver salir de ruta por toda  España aquellos camiones arcoíris.

Indudablemente Eugenio Fontaneda, además de gran empresario, tenía alma de poeta. Porque sólo un poeta tiene ideas centelleantes como pepitas de oro; sólo un poeta escribe sus versos con los colores de la luz.

 

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¡Un diez en Literatura!

¡Un diez en Literatura!

Nacho Martínez

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Fotografía Oficina de Turismo

Fotografía Oficina de Turismo

Aquella tarde de crudo frío invernal, mi amigo Toñín, al salir del colegio San Gregorio, se retiró temprano a casa. Sus padres aún estaban en el comercio, y sus hermanas tardarían en llegar del colegio de la Compasión. De modo que durante un par de horas se encontraría solo en casa y a sus anchas.

Abrió el armario de la cocina, cogió dos onzas de chocolate y un trozo de pan de El Negrito y se fue a merendar a la galería, que daba a la plaza. Nevaba copiosamente. Millones de blancos meteoros  iban cubriendo la plaza con un manto blanco. Algunos peatones ya se habían calzado las albarcas para no patinar en el suelo helado, y los pocos coches que por allí circulaban lo hacían con precaución.

Cuando terminó de merendar regresó a la cocina, avivó el fuego de la lumbre con algunas astillas y, poco después, echó una paletada de carbón. Hacía mucho frío, así que se acomodó junto a la placa y se puso a hacer los deberes.

Comenzó recitando en alta voz, una y otra vez, las comarcas de Castilla la Vieja. Pero aquello de aprender de memoria aquellos lugares desconocidos no era algo que

Composición: Esther Fuente Ruiz

Composición: Esther Fuente Ruiz

le entusiasmara. ¡Si al menos hubiera hecho algún viaje para conocerlos!… –se decía, pensativo. Así que, aburrido de tanta repetición, como si fuera un disco rayado, llegó un momento en que dijo: ¡Basta!

Entonces se levantó, cogió unas cuantas castañas que su madre había comprado en la tienda de Fidenciano y las puso a asar sobre la placa, ya casi incandescente. La chimenea, que horadaba verticalmente la casa, se asomaba al cielo por el tejado, humeando sin cesar, como una locomotora de vapor. (más…)

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Las aguas de la vida

 

Nacho Martínez

Nacho Martínez

Las aguas de la vida

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Mientras voy paseando pensativamente por un pintoresco paraje de la bella costa sureña de nuestra España, en un lugar de casas blancas bajo un cielo luminoso y azul, las olas vacilantes de pleamar, entre conchas vacías arrojadas a la arena dorada de la playa, me traen con su suave y espumoso reflujo un recuerdo, y con él un mensaje, como mensaje en una botella arrojada al mar por un alma solitaria. Es el recuerdo de un hombre anciano cuyo nombre no llegué a conocer, y que como una estrella fugaz se cruzó en la órbita de mi vida irradiando tenues destellos de luz crepuscular. Yo, en mi interior, le he dado un nombre para que permanezca en mi memoria y no quede arrinconado, como los trastos viejos en el desván de los recuerdos. No sería humano pensar en una persona como alguien sin nombre, sin identidad; por eso, ahora que misteriosamente ha venido a mi memoria, mis recuerdos y los sentimientos que me evocan, podrán depositarse apaciblemente sobre  la memoria de este hombre al que desde hoy llamo Manuel.

Manuel era un viejecito macilento que solía vagar solitario y sin rumbo por las calles céntricas de la ciudad. Su edad rondabaAnciano caminando los ochenta años y su aspecto era el de un pobre, pero no era un mendigo. Su vestimenta harapienta se coronada con una vieja visera invernal, y en su cansino caminar se ayudaba de una cachava. En la otra mano, sirviéndole de contrapeso que le ayudaba a guardar un inestable equilibrio, llevaba una bolsa de plástico con todos sus enseres. (más…)

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El Coche de Burgos

Nacho Martínez

Nacho Martínez

El Coche de Burgos

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Cuando éramos niños, los escasos coches que rodaban por las calles de nuestra villa, Aguilar de Campoo, eran de la casa Ford, aunque también se veían algunos alemanes o franceses. Por lo general eran de color negro azabache, como salidos de la pantalla en la proyección de alguna película de los años 40 ó 50, de las que solíamos ver en los cines «Amor» y «Campoo» mientras nos dábamos un atracón de pipas.

Uno de estos vehículos llamaba poderosamente nuestra atención. Era el coche de Cabañas: un Citroen
Pato. Pato
, de color negro, reluciente, de líneas elegantes. Lástima que su propietario sólo lo sacara del garaje para pasear con la familia en muy contadas ocasiones.

Aquellos vehículos eran sagrados. No los podíamos tocar, ni mucho menos subir a ellos. Sólo algunos afortunados –por lo general hijos de conductores– lo podían hacer por la festividad de San Cristóbal, cuando, alegremente engalanados con flores y ramas de árboles y arbustos, realizaban una procesión por la villa tocando insistentemente sus estruendosas bocinas.

Coche de BurgosPero había en la villa otro coche muy popular. Era grande y verde, y se deslizaba por el asfalto como una oruga gigante. Lo conocíamos como el Coche de Burgos, tomando así el nombre de la ciudad castellana, origen y destino de su ruta diaria. Su punto de llegada y salida en nuestra villa era la plaza, a la altura de Correos, enfrente de la Fonda.

Aquel vehículo, a diferencia de los otros, sí lo podíamos tocar, e incluso, con un poco de suerte, hacer en él un corto recorrido por las calles de la villa. Todo sucedía de un modo entre picaresco y aventurero. Cuando los pasajeros habían ocupado sus asientos en el interior, estando ya sus equipajes debidamente colocados en la azotea de aquella gran oruga, el conductor  ponía en marcha el vehículo e iniciaba el recorrido, que haría campeando por tierras palentinas y burgalesas rumbo a la ciudad del Cid. Dos o tres chavales, ávidos de experiencias, nos colgábamos entonces de la escalerilla trasera –por donde se subían y bajaban los equipajes– para emprender un cortísimo trayecto que concluiría a la altura de la casa de Matías, el Carretero, en la calle Modesto Lafuente.

Debido a un estrechamiento de la calle en aquel punto, el autobús tenía que reducir la marcha para hacer maniobra y pasarAguilar..- C. Modesto Lafuente entre las vigas de las casas que invadían el espacio aéreo de la calzada. Momento que aprovechábamos los intrépidos viajeros para saltar al asfalto, dando así por concluida nuestra aventura automovilística. Sin embargo, no siempre fue todo tan fácil y divertido. Hubo un día en que el habilísimo conductor tomó la curva sin reducir la marcha para hacer la acostumbrada maniobra. Viéndonos sorprendidos entonces por aquella inesperada circunstancia, tuvimos que saltar en marcha so pena de continuar el viaje más allá de nuestros deseos. Un inevitable salto, con trompazo incluido contra el asfalto, nos propinó, además, un rebozado en las boñigas de vacas que tapizaban la calle del erudito periodista Lafuente.

Ni que decir tiene que aquella experiencia nos sirvió de escarmiento y no volvimos a repetirla. A partir de aquel día decidimos no viajar más colgados de las escalerillas del Coche de Burgos, sino en el más humilde y seguro Coche de San Fernando.

Música: “Carros de fuego”

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La patria y el hogar

EL ÁGUILAÁguila-Cielo

 Año I – Núm. 12

Aguilar de Campoo, 30 de agosto de 1914.

Autora: Julia Martínez

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LA PATRIA Y EL HOGAR

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La guerra saca lo peorEra una hermosa mañana. A la tibia luz del alba habían sucedido los rayos primeros de sol, que espléndidamente iluminaban la tierra.

         El sepulcral silencio de las calles empezaba a interrumpirse por el cruzar continuo de transeúntes que a sus faenas se dirigían y el crujir de las puertas de los establecimientos que se abrían para dar paso a sus clientes.

         Por soberbia y esbelta calle, un hombre, que frisaría en los treinta años, alto, de simpática figura y noble mirada, caminaba lentamente. (más…)

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Figura de ébano

Nacho Martínez

Viaje a Aguilar por la Asunción-2013 053

Figura de ébano

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Conocí a “M” en el pórtico de una iglesia, a una hora temprana de un día cualquiera.Sol naciente Figura de ébano, de unos cincuenta años, educado y comunicativo. Afincado en España desde hace varios años. Casado y  con tres hijos que residen en su país, Senegal, a los que hace tiempo que no ve. Habla correctamente el español y conoce bien nuestra piel de toro por su trabajo, tiempo atrás, en el asfaltado de carreteras. (más…)

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