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Timócratas y corruptos

Viaje a Aguilar por la Asunción-2013 053

Timócratas y corruptos

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Por Nacho Martínez Franco

Entre las diversas formas de gobierno que describió el gran filósofo Platón se encontraban la oligarquía, la democracia y la tiranía, pero también nos habló el gran pensador griego de la timocracia.

En la timocracia no mandaban los mejores, sino los más ambiciosos. Hombres más atentos a su medroPlatón personal que al bien de la comunidad. Atraídos por el dinero –la codicia siempre ha sido un grave problema–, se enriquecían ocultamente, y, por lo que se refiere al poder, más que el del Estado les interesaba el suyo propio.

Según esto, no parece que los timócratas hayan sido una especie exclusiva de la antigua Grecia. Diríase que, como los hongos, se han dado en todos los otoños de la historia. Y en la actualidad no iban a producirse en menor medida ni a ser menos perniciosos.

A tales personajes no parece serles rentable trabajar honradamente. Sería una contradictio in terminis. Para qué tanto esfuerzo. Lo suyo es la acción rápida y el cobro en mano. Y, a ser posible, “sin IVA”. Y para sus mafiosos fines nada mejor que situarse en un territorio de grandes oportunidades e impunidades: la política. ¡Qué lástima!, siendo en sí misma una actividad noble, siempre que se desempeñe con vocación, sin ambición y al servicio de los demás.

Sócrates

Sócrates

¿Hacer política para el bien de la polis y de sus ciudadanos?… ¿Defender el interés general? ¿Practicar la virtud? ¡Antiguallas de filósofos idealistas de tiempos pasados! Y si no que se lo pregunten a Sócrates que por practicar la virtud y la honradez lo condenaron a muerte. Aquí lo que mola es el enriquecimiento rápido. La prevaricación, el cohecho, la malversación de fondos públicos, el tráfico de influencias, las contrataciones a dedo, las subvenciones à gogo y sin justificación del gasto constituyen un rico muestrario de instrumentos eficaces para sus fines ilícitos.

Y ahora me pregunto: ¿Es que no disponen los partidos políticos de filtros para impedir la entrada en sus filas de estos indeseables? ¿Es que no dispone el Estado de fiscales defensores de la legalidad? ¿Dónde están los órganos de control de la Administración? ¿Tal vez los hay pero fueron sido desactivados o amordazados para evitar el fin para el que se crearon? Demasiadas preguntas sin respuestas claras.

Causa estupor y desacredita el sistema político que en una situación de crisis económica tan profunda para cuya superación se están exigiendo no pequeños sacrificios a los ciudadanos, se mantengan, atrincherados en sus despachos o en sus escaños, a determinados personajes que han dado muestras sobradas de cuál es el interés que les mueve en la política. Evidentemente no el bien común, sino el suyo propio. Como a los antiguos, antiquísimos, timócratas.

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Una ligera brisa de silencio

Nacho Martínez

En el pórtico de S. Miguel

Una ligera brisa de silencio

 

Aristóteles decía que “el hombre es, por naturaleza, un animal social”. Y no le faltaba razón al filósofo griego: El hombre no ha sido creado para estar solo; necesita de la compañía de otros seres, vivir en sociedad. El cristianismo dio un paso más en este sentido insistiendo en la necesidad de la vida en comunidad, fraternalmente compartida, dando igual valor al próximo (prójimo) que a uno mismo. Pero el yo egoísta que habita en nosotros, al que Freud denominó superego, nos limita poderosamente.

Fotografía de Esther Fuente Ruiz

Fotografía de Esther Fuente Ruiz

Las personas necesitamos relacionarnos, comunicarnos con otras personas. Pero el encuentro con uno mismo, en el silencio, es también necesario. Así lo cantó Fray Luis de León en su “Oda a la Vida Retirada” con estos preciosos versos:  ¡Qué descansada vida la del que huye el mundanal ruido y sigue la escondida senda, por donde han ido los pocos sabios que en el mundo han sido!

Los economistas nos hablan, por otro lado, de «bienes escasos», pero no lo hacen de «valores escasos»; no se ocupan del alma, no es su tema. El silencio es uno de esos valores escasos, que no cotiza en bolsa ni se adquiere en el supermercado ni se anuncia en TV. Pero es una necesidad del alma que sólo podemos encontrar por la “escondida senda” huyendo del “mundanal ruido”.

Vivimos en una sociedad ruidosa. Los ruidos nos invaden por doquier. La paz y el silencio hogareños de antaño son ya añoranza. Han sido sepultados por un aluvión de ensordecedores ruidos, desordenadamente entremezclados: ruidos televisivos, telefónicos, electrónicos, del ascensor, del telefonillo, del tráfico, del camión de la basura, de los vecinos de al lado… Ruidos, en fin, que nos aturden.

Fotografía de Esther Fuente Ruiz

Fotografía de Esther Fuente Ruiz

Ayer estuve en la iglesia. Una iglesia de fieles ruidosos. El ruido ha penetrado también en los templos. Lugares sagrados, lugares de silencio, lugares de oración, lugares para el encuentro con Dios, que, como el profeta Elías experimentó, “no está en el huracán, ni en el temblor de tierra, ni en el fuego, sino en el susurro de una ligera brisa”. Y “Dios nos habla desde esa brisa suave”.

Hoy me he levantado cuando la ciudad aún descansa de su habitual bullicio. El sol aún no se ha asomado por la loma del este. Es un momento delicioso en el que la luz se abre paso entre la oscuridad para alumbrar un nuevo día. Me incita a escribir; con palabras que manan de “la soledad sonora”, sin que “nada me turbe”. Pero no han tardado en aparecer los pájaros urbanitas, madrugadores, cantando al nuevo día. Tal vez este nuevo amanecer nos traiga un poco de silencio en una brisa ligera.

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Autor: Nacho Martínez

En las Pelambres

 

Aguilar de Campóo.

Defensa romántica de una tilde

                                    

                           

¿De dónde eres? De Aguilar de Campóo. ¿De Aguilar del Campo? No, de Aguilar de Campóo. ¡Ah, de El Castillo bajo las nubes..Aguilar de Campos! Le ruego no insista en su pretensión de adscribirme a población distinta de la que soy oriundo, porque soy de Aguilar de Campóo y de ningún otro lugar. Aguilar de Campóo, con acento y tilde en la primera “ó”. El pueblo de las galletas; al norte de la provincia de Palencia, lindando al norte con Cantabria, al este con la provincia de Burgos, etc. ¡Ah, sí, sí… ahora caigo… Aguilar de Campóo!… ¡Claro, perdone la confusión!

Los aguilarenses (aguilareños, según reza el sancta sanctórum de la lengua española, la Real Academia de la misma; sin embargo, siendo aguilareños preferimos un día llamarnos aguilarenses)… Los aguilarenses –decía–, desde que aprendimos a hablar, estamos acostumbrados a vernos  enzarzados en esta especie de diálogo de besugos geográfico que nos obliga con frecuencia a tener que aclarar nuestra procedencia. (más…)

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