Año II – Núm. 26
Aguilar de Campóo, 20 de enero de 1915.
Autor: Álvaro Pérez Llanos
La salubridad e higiene públicas
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Los pueblos a la moderna disfrutan en la actualidad de sanas, amplias y aireadas calles, magníficos paseos y floridos jardines, repleto arbolado de utilidad y de adorno, hermosas plazas y cómodos y bien orientados edificios. Se procura dotarlos de abundantes aguas potables, tanto para los usos de la alimentación como para el aseo personal y lavado de ropas, enseres y demás necesarios a una decente e higiénica limpieza general.
Por si esto no fuera bastante, se dispone en aquéllos de numerosas bocas y mangas de riego, para en las épocas de grandes calores regar con frecuencia las calles para librar a los vecinos y transeúntes del malsano polvo que las brisas de aire levantan de continuo, y tan perjudicial suele ser a la salud. Además se hallan previstas de bombas y material necesario para acudir prontamente en casos de incendio. Disponen de máquinas y aparatos de desinfección para los casos de defunción causados por enfermedades infecciosas, saneando la casa o casas en las que aquellos tuvieron efecto, con lo cual se evita la inminencia del contagio.
No diré que nuestro pueblo se halle huérfano de todos y cada uno de estos adelantos que la ciencia aconseja, y de los que tan brillantes resultados se obtienen para la reducción de la mortalidad. Pero, fijándome solo en el último de estos puntos, o sea, en el referente a las estufas de desinfección, voy a permitirme unas cuantas ligeras observaciones acerca de la utilidad y conveniencia de la adquisición de una de estas máquinas, si queremos que nuestra querida villa se ponga al nivel de las mejores poblaciones de su orden en cuanto con la higiene y salubridad se relaciona.
Vengo observando que, de algún tiempo a esta parte, las enfermedades infecciosas son cada día más frecuentes y alcanzan cada vez mayores proporciones, sumiendo en el lecho del dolor a mayor número de habitantes. Igual puede decirse de toda clase de enfermedades crónicas, más o menos contagiosas, la tuberculosis pulmonar, laríngea, articular, cáncer de estómago, etc., etc. ¿No será causa de este recrudecimiento la poca limpieza, la falta de higiene en los predios urbanos donde la defunción se realiza o la enfermedad existe? Los remedios del azufrado o la lechada de cal, ¿son suficientes para que el germen de la infección desaparezca para siempre en aquellas casas donde el mal tiene asiento?
Se dan casos donde, por la carencia de medios naturales, vemos con frecuencia que individuos de una familia, donde un ser querido fallece de alguna de las indicadas dolencias, tienen necesariamente que hacer uso de la habitación donde el óbito ha tenido efecto, por carecer de otras dependencias en lo reducido de su local. Hay algunos también en que se hace preciso ocupar hasta el lecho del finado. En tales condiciones nada tiene de extraño que el microbio de la enfermedad haga presa en el desgraciado que tan locamente invade sus perniciosos dominios.
Hay otros en que aún picada y blanqueada la habitación donde la defunción se efectuó, la ocupan de nuevo los herederos sin estar previamente seca y en condiciones de poder habitarla; y en tal caso el remedio es peor que la enfermedad. ¡Pobre del incauto que hace uso o abuso de tamaño desafuero! Algún día, no lejano desgraciadamente, se quejará de agudos dolores producidos por el reuma, o será víctima de aguda dolencia!
Tales inconvenientes, nada -en mi concepto- tendrían de fáciles si el pueblo dispusiera de una moderna estufa de desinfección; y una vez sacado el cadáver de la casa mortuoria, se procediera, quiéralo o no el dueño de la finca, a la inmediata desinfección de aquellas habitaciones, ropas y enseres pertenecientes al finado. Que la estufa de desinfección es de una necesidad apremiante pudieran certificarlo mejor que yo, profano en la materia, nuestros Doctores, D. Domiciano Matanza y D. Alejo Millán, médicos, y D. Leoncio Doncel y D. Domingo Millán, farmacéuticos. Yo emplazo amistosamente a estos queridísimos convecinos para que en estas mismas columnas estampen sus luminosas y científicas orientaciones acerca de tan importante tema. Con ello, a la par que honran al Decenario, prestarán un singular servicio al pueblo en que vivimos. Si la estufa de desinfección no es de urgente necesidad, si los señores a quienes aludo no la conceden importancia suma, yo confesaré ingenuamente mi error, y lamentaré haberme entrometido en un asunto ajeno a mi profesión, en el que, desde luego, declaro mi absoluta incompetencia.
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