Año II – Núm. 28
Aguilar de Campóo, 10 de febrero de 1915.
Autor: Jesús Polanco
Turismo Regional
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Bernardo del Carpio
Quiere la ingenua pluma del señor Bravo del Barrio que los amantes de Aguilar sostengamos pública y privadamente que Bernardo del Carpio fue Rey aunque fuera por poco tiempo y que yace sepultado en la gruta que hoy todos conocemos en la falda de Peñalonga o risco de la Abadía.
Por amante de Aguilar me tengo con muy añejas aficiones y además haría la historia y no me atrevo, sin embargo, a secundar sin algunos distingos las rotundas aseveraciones que quedan transcritas y subrayadas más arriba.
Ya sé yo que el Arzobispo D. Rodrigo, el Obispo D. Lucas de Tuy y el Rey Sabio en sus crónicas e historia general se ocupan muy por extenso de las proezas y hechos de armas de este legendario personaje y que refieren cómo teniendo el Rey D. Alfonso el Casto una hermana llamada doña Jimena hubo de casarse ésta secretamente con el conde D. Sancho de Saldaña de quien nació al poco tiempo el invencible y nunca vencido caballero con tan grande enojo de Rey, afirman que tomando preso al Conde lo metió en el castillo de Luna muy aherrojado, donde le tuvo en cárcel perpetua hasta que murió, forzando también a la Infanta su hermana a que se metiese en religión y criando después no obstante a Bernardo con gran regalo como a propio hijo el cual salió muy grande caballero en gentil disposición y hermosura, en fuerzas y destreza y en consejo y en esfuerzo, así que aventajaba mucho sobre todos nuestros españoles.
Se extienden seguidamente estos historiadores en contar muy a la larga, y hasta con prolijidad de pormenores en muchos hechos, las romancescas hazañas del hijo del infortunado D. Sancho, y luego de narrar la prisión de éste por los Condes D. Arias Godo y D. Tibalte prosiguen con la relación de la batalla de Roncesvalles y de las quiméricas empresas de Bernardo refiriendo cómo después de esta derrota memorable dos de sus parientes llamados Velasco Meléndez y Urraca Sánchez le dieron noticia de la prisión de su padre, de la cual prisión nada sabía Bernardo tomando, dicen las crónicas, grande pesar con la triste nueva y pidiendo al Rey la libertad de su padre: recibió el Rey con grande enojo las justas demandas y las viriles protestas del amor filial; mas era tal el afecto que como si fuera su verdadero hijo le tenía, que retuvo a Bernardo a su lado y se sirvió de él en dos batallas sobre Benavente y Zamora y en otras dos jornadas contra los moros cerca del río Duero y sus comarcas en que fueron los moros vencidos y destrozados, mostrándose en todos estos hechos muy grande el esfuerzo de Bernardo del Carpio así como también en la jornada que el mismo Rey D. Alfonso hizo contra don Bueso en Ocejo de nuestro vecino lugar de Villarén, y en la cual Bernardo mató por su mano al supuesto caballero francés D. Bueso. Dícese que en todas esas victorias pedía siempre Bernardo la libertad de su padre y que concediéndosela siempre el Rey con la alegría del vencimiento, negábasela después con dilaciones dando así motivo a que el despechado Bernardo juntara buen número de caballeros y haciendo guerra al Rey se metiera por tierras de León destruyendo y talando lugares y fortalezas, pasando también a las de Salamanca donde fortificó su castillo del Carpio para hacer desde él guerra muy cruda al Monarca su tío.
Tal es, en muy abreviada síntesis, lo que los citados historiadores relatan de nuestro caballero D. Bernardo y puede, pues, admitirse como cosa cierta que Bernardo del Carpio fue así nacido y criado y salió un valeroso caballero y fue muy señalado en las armas.
Los contradictores modernos, tal vez los mismos que mostraron análogo tesón en negar la personalidad del otro héroe castellano, el Cid Campeador, y quisieron más tarde cerrar con cien candados sus cenizas venerandas, argumentando con el silencio que los cronistas contemporáneos guardan del nacimiento, vida y hechos de Bernardo del Carpio y con las contradicciones y anacronismos que se notan en su historia, han querido deducir, y alguno lo afirma rotundamente, que nuestro personaje sólo vivió en el romance, en la tradición y en la leyenda.
Véase ahora, como respuesta a ese argumento del silencio, quiénes eran aquellos cronistas: el Obispo D. Sebastián de Salamanca, o según otros el mismo Rey don Alfonso el Casto, interesado en extinguir la memoria si sepultó viva la infamia; el Albendense Vigila y Sampiro de Astorga, que escribieron en tiempo de los hijos o nietos del mismo Rey, también interesados en el silencio; el monje de Silos de quien sólo quedan retazos y sobre esta época se limita a copiar de Sampiro, y algunos extranjeros a quienes importaba menos hablar si de ello tuvieran noticia que callar a los de la casa. ¡Cuántos otros personajes quedaron entregados al olvido!
Como un Pelayo, por ejemplo, hijo de D. Bermudo el Gotoso que, aun desenterrado por el P. Flórez en una escritura auténtica, se dudó que hubiera existido, y por las Crónicas árabes consta fue embajador de su padre el célebre Almanzor.
De los anacronismos y falsedades históricos así como de otros particulares interesantes queda aún mucho por decir y se dirá en otro día.
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