Año II – Núm. 33
Aguilar de Campóo, 30 de marzo de 1915.
El Director: Asperino Martínez y Rodríguez
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Tengamos fe
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La fe enseña al hombre que la vida presente es una prueba tanto más meritoria cuanto más dura y mejor soportada, y que hay otra vida, cierta, eterna y completamente feliz, en la que los privilegios del rango y de la fortuna no constituirán otro derecho que el de ser juzgados con una severidad adaptada a los dones que se recibieron; en la que el sudor del obrero, las lágrimas del pobre, todas las pruebas de una virtud desdeñada, serán tenidas en cuenta y recompensadas de una manera magnífica.
La fe nos dice, además, que tenemos un Padre que está en los cielos, que su Providencia todo lo regula, que ama a los hombres con ardor, que prefiere a los pequeños y a los pobres; un Padre cuya justicia es tan estricta, tan incorruptible como inmensa es su bondad, y que este Padre tiene un cielo donde se premiará pródigamente a los que se entregan confiados a su disposición, agradecen los raros momentos de dicha que se encuentran en esta vida mortal y no murmuran de la Providencia divina por los males en que está sembrado este valle de lágrimas. Cuando esta fe ha penetrado en el alma y la gracia del Hijo de Dios la sella con sus divinos consuelos, se resigna a todo: cesa de quejarse, de envidiar a los demás, de amenazar el orden constituido y aguarda con valerosa resignación tiempos mejores, sabiendo bien que tras el sufrir de un día hay un eterno gozar en el cielo.
Desgraciadamente parece que una multitud de escritores insensatos tienen empeño en extinguir en el corazón del pueblo esta consoladora fe. ¿Qué vemos hoy en manos de la clase obrera y otras? Corruptoras novelas en que se predican la irreligión y la inmoralidad. Se les dice en todos, en todos los tonos, que nada tienen que esperar ni que temer en la otra vida, que lo que importa es gozar de los bienes presentes; se les inculca que la religión es una superchería, que los sacerdotes son unos embaucadores y que sólo la nueva ciencia tiene la misión de labrar la felicidad de los pueblos. La nueva ciencia, o sea el moderno positivismo, lo único que logra es inspirar sueños, utopías que no han de realizarse nunca sin más fin que excitar las más aviesas pasiones, extraviar el espíritu y corromper el corazón. De aquí provienen esos detestables principios, ese terrible lenguaje, esas costumbres inmorales que se observan en
ciertas reuniones.
De éstas hay que huir y en esta semana de penitencia tener presente lo que el Salvador del mundo sufrió por nosotros, y acordándose de su persecución desde que vino al mundo hasta su muerte, tengamos un momento de meditación, y olvidando rencores y tomando algo de su ejemplo y recordando el fin para que fuimos creados, nos perdonemos mutuamente y nos amemos como hermanos que somos.
Estos serán los consejos que desde la Sagrada Cátedra nos darán los representantes de Cristo en la tierra, poniendo de manifiesto los sufrimientos del Redentor y de su amada Madre, camino del Calvario.
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