¡Un diez en Literatura!
Nacho Martínez
___
Aquella tarde de crudo frío invernal, mi amigo Toñín, al salir del colegio San Gregorio, se retiró temprano a casa. Sus padres aún estaban en el comercio, y sus hermanas tardarían en llegar del colegio de la Compasión. De modo que durante un par de horas se encontraría solo en casa y a sus anchas.
Abrió el armario de la cocina, cogió dos onzas de chocolate y un trozo de pan de El Negrito y se fue a merendar a la galería, que daba a la plaza. Nevaba copiosamente. Millones de blancos meteoros iban cubriendo la plaza con un manto blanco. Algunos peatones ya se habían calzado las albarcas para no patinar en el suelo helado, y los pocos coches que por allí circulaban lo hacían con precaución.
Cuando terminó de merendar regresó a la cocina, avivó el fuego de la lumbre con algunas astillas y, poco después, echó una paletada de carbón. Hacía mucho frío, así que se acomodó junto a la placa y se puso a hacer los deberes.
Comenzó recitando en alta voz, una y otra vez, las comarcas de Castilla la Vieja. Pero aquello de aprender de memoria aquellos lugares desconocidos no era algo que
le entusiasmara. ¡Si al menos hubiera hecho algún viaje para conocerlos!… –se decía, pensativo. Así que, aburrido de tanta repetición, como si fuera un disco rayado, llegó un momento en que dijo: ¡Basta!
Entonces se levantó, cogió unas cuantas castañas que su madre había comprado en la tienda de Fidenciano y las puso a asar sobre la placa, ya casi incandescente. La chimenea, que horadaba verticalmente la casa, se asomaba al cielo por el tejado, humeando sin cesar, como una locomotora de vapor. (más…)