¡Un diez en Literatura!
Nacho Martínez
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Aquella tarde de crudo frío invernal, mi amigo Toñín, al salir del colegio San Gregorio, se retiró temprano a casa. Sus padres aún estaban en el comercio, y sus hermanas tardarían en llegar del colegio de la Compasión. De modo que durante un par de horas se encontraría solo en casa y a sus anchas.
Abrió el armario de la cocina, cogió dos onzas de chocolate y un trozo de pan de El Negrito y se fue a merendar a la galería, que daba a la plaza. Nevaba copiosamente. Millones de blancos meteoros iban cubriendo la plaza con un manto blanco. Algunos peatones ya se habían calzado las albarcas para no patinar en el suelo helado, y los pocos coches que por allí circulaban lo hacían con precaución.
Cuando terminó de merendar regresó a la cocina, avivó el fuego de la lumbre con algunas astillas y, poco después, echó una paletada de carbón. Hacía mucho frío, así que se acomodó junto a la placa y se puso a hacer los deberes.
Comenzó recitando en alta voz, una y otra vez, las comarcas de Castilla la Vieja. Pero aquello de aprender de memoria aquellos lugares desconocidos no era algo que
le entusiasmara. ¡Si al menos hubiera hecho algún viaje para conocerlos!… –se decía, pensativo. Así que, aburrido de tanta repetición, como si fuera un disco rayado, llegó un momento en que dijo: ¡Basta!
Entonces se levantó, cogió unas cuantas castañas que su madre había comprado en la tienda de Fidenciano y las puso a asar sobre la placa, ya casi incandescente. La chimenea, que horadaba verticalmente la casa, se asomaba al cielo por el tejado, humeando sin cesar, como una locomotora de vapor.
Al cabo de un rato se sentó de nuevo junto a la placa para continuar haciendo los dichosos deberes. Además de las comarcas tenía que estudiar la lección de «Química». Una nueva ciencia en cuyo aprendizaje nos estaba iniciando, con gran pedagogía, el Hno. Roberto.
A diferencia de otras asignaturas, la Química nos había despertado gran curiosidad. Esta extraña ciencia nos iría desvelando los misterios ocultos de la materia. Además, su nombre nos había caído simpático, familiar, pues sonaba a algo así como a La Revoltosa o a La Pitusa, gaseosas que se fabricaban en nuestra villa mediante sencillos procedimientos químicos.
* * *
El profesor nos había explicado que la materia, en su diversidad, estaba formada por la agregación de diversos elementos que, a su vez, encerraban minúsculas
partículas llamadas “átomos”. Así por ejemplo: el agua, que tan abundante es en nuestra villa, resultaba de la combinación de átomos de hidrógeno y de oxígeno, en proporción de dos a uno, respectivamente.
― ¿Qué son los átomos?, le preguntamos al profesor.
― El átomo es una partícula muy pequeña de la materia. Imaginemos un granito de arena, el más pequeño que pudiéramos palpar con nuestros dedos. Pues bien, esa motita de arena aún sería divisible en infinidad de partículas aún más pequeñas llamadas átomos.
― O sea, que los átomos son como una especie de bichitos que hay en el interior la materia –le dijimos.
― Algo así, nos contestó sonriente el profesor, y continuó su explicación.
― Pero la cosa es aún más compleja, porque en el interior de cada átomo hay otras partículas –o bichitos, como vosotros decís– aún más pequeñas, muy juguetonas, que reciben el nombre de electrones, protones, neutrones, etc.
― Y los átomos y sus partículas, ¿se pueden ver?, le preguntamos curiosos.
― No; no es posible verlos a simple vista. Son tan imperceptibles que, para verlos se necesitarían instrumentos especiales de observación.
Y prosiguió:
― Por lo que se refiere a nuestro cuerpo, como materia que es, se compone también de un complejo entramado de moléculas que, a su vez, forman los tejidos, los huesos, los órganos, etc. Las moléculas resultan de la combinación de diversos elementos químicos, como el carbono, el oxígeno, el hidrógeno y muchos otros, que proceden de los alimentos que ingerimos.
Aquello de la «Química» y los «átomos» nos parecía fascinante, por lo que escuchábamos, embebidos, al profesor. Nuestro objetivo durante aquel curso consistiría en aprender los diversos elementos básicos que componen la materia, con sus símbolos y las fórmulas de algunos compuestos químicos en estado sólido, líquido o gaseoso. Sin duda alguna, lo pasaríamos muy bien a lo largo del curso descubriendo los misterios que encierra la materia, como si de ricos tesoros se tratara.
* * *
Aquella tarde invernal, mientras se asaban las castañas al calor de la lumbre, nuestro amigo Toñín, después de las comarcas, se puso a estudiar, con gran interés, la lección de Química que el profesor nos había explicado. Transcurrida media hora, hizo otro breve receso para asomarse de nuevo a la plaza y contemplar la nevada.
El cielo continuaba derramando, generoso, copos y más copos de nieve que iban vistiendo de blanco el paisaje. De los tejados pendían centenares de llorosos carámbanos. La plaza y sus jardinillos, con su fuente y sus árboles, se iban difuminando bajo la nieve, mientras las chimeneas exhalaban sin cesar el humo generado por la combustión de las cocinas y las estufas de las casas.
Después de contemplar aquel bello paisaje invernal, Toñín regresó de nuevo a la cocina para continuar estudiando la lección de Química.
En esto que, con el calor ardiente de la placa, comenzaron a saltar por el aire las castañas. Primero una, después otra y otras, hasta que todas explotaron como petardos de feria, haciéndose migajas.
¡Ahí va!, exclamó sorprendido Toñín, llevándose las manos a la cabeza al percatarse de que no había tenido la precaución de hacerles una pequeña muesca en la piel para que respirasen y no explotaran con el calor.
* * *
Al día siguiente fuimos al colegio, haciendo sendero al andar. La nieve crujía, lastimera, al ritmo de nuestros pasos.
El profesor nos esperaba, puntual, en la clase. Después de rezar las oraciones comenzó a preguntarnos la lección de Química que nos había explicado en días anteriores. Cuando le llegó el turno a nuestro amigo le dijo:
― A ver Toñín: ¿Qué nos puedes decir sobre los átomos?
Nuestro amigo, que había estudiado con gran interés aquella lección la tarde anterior, se explayó a sus anchas diciendo:
― Los átomos son unos bichitos muy pequeños, invisibles, que se encuentran en el interior de la materia.
― ¿Por ejemplo?…, le preguntó el profesor.
― Por ejemplo hay átomos de chocolate, de color marrón oscuro, muy dulces y nutritivos.
― Bien. ¿Alguna otra clase de átomos?, le preguntó de nuevo.
― Sí, también hay átomos de nieve. Son de color blanco y se forman cuando las gotas de lluvia se congelan en la atmósfera debido a las bajas temperaturas. Y por efecto de la gravedad, abriéndose paso entre el humo de las chimeneas, caen sobre los tejados y a la calle y los jardinillos formando un bello paisaje, como de un cuento de hadas.
― Bien, muy bien. ¿Podrías mencionar ahora, de un modo más científico, otra clase de átomos?
― Pues sí, también hay átomos de carbón. Son negruzcos, y con el calor del fuego se ponen incandescentes transformándose en humo, que sale por las chimeneas de los tejados.
― Bien, bien… A ver Toñín, para terminar, ¿podrías decir algo más sobre los átomos?…
― Sí, sí… Hay otro tipo de átomos que viven amorosamente apretujados en el interior de las castañas y cuando se calientan al calor de la lumbre terminan saltando de alegría por el aire.
― O sea –dijo el profesor- que hay átomos de chocolate, marrones, muy dulces y nutritivos. Y también los hay de nieve, blancos, que se derraman desde el cielo como lágrimas congeladas. Y otros de carbón, negruzcos, que con la lumbre se ponen incandescentes. Y también, nos has contado, Toñín, que en el interior de las castañas, asadas a la lumbre, hay átomos que con el calor terminan explosionando en un éxtasis amoroso que les hace saltar de alegría por el aire.
― Muy bien, Toñín, muy bien. Una imaginativa exposición sobre la Química y los átomos. Se aprecia que has estudiado con tesón y extraído interesantes conclusiones. Claro que… abordando el tema desde un punto de vista más bien literario, casi poético.
El Hno. Roberto, atusándose, sonriente, la barbilla, para perplejidad de todos los alumnos, terminó exclamando:
¡Un diez en Literatura!
F I N