SOLEDAD
A veces vemos la soledad como un gran mal, sin saber que estar solos también es una oportunidad para crecer, entendernos y tratar más a Dios.
La tentación del hombre –hoy más que nunca- es la superficialidad, es decir, el vivir en la superficie de sí mismo. En lugar de enfrentarse con su propio misterio, muchos prefieren cerrar los ojos, apretar el paso, escaparse de sí mismos, y buscar el refugio en personas, instituciones o diversiones.
Es agradable y sobre todo más fácil la dispersión que la concentración. «Y ¡he ahí el hombre, en alas de la dispersión, eterno fugitivo de sí mismo, buscando cualquier refugio con tal de escaparse de su propio misterio y problema!» menciona Ignacio Larrañaga, en su libro «Sube conmigo».
Sabemos que «El hombre es, por íntima naturaleza un ser social, y no puede vivir ni desplegar sus cualidades, sin relacionarse con los demás» (Gaudium et Spes nº.12). Sin embargo, «Por su interioridad (soledad) el hombre es superior al universo entero. A estas profundidades (de sí mismo) retorna, cuando entra dentro de su corazón… (GS nº.14)».
Ahora bien, los fugitivos nunca aman, no pueden amar porque siempre se buscan a sí mismos; y si buscan a los demás no es para amarlos sino para encontrar un refugio en ellos. El fugitivo es individualista, es superficial ¿Qué riqueza puede tener y compartir?
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